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No hay peor culpa que la que sentimos las mamás donde somos las juezas y las acusadas al mismo tiempo. -JB
Recuerdo cuando llevé a mi bebé Eván Carlos, recién nacido a una de sus primeras citas al pediatra. Acudí a la consulta con la sensación de que pronto me darían la solución a lo que le estaba pasando, y que el doctor sacaría su varita mágica para poner todo en su sitio.
Al entrar le comenté al pediatra, preocupada, que el bebé lloraba toda la noche aun amamantándolo cada hora y que por el día era muy tranquilo. ¡No se le oía llorar! Siempre durmiendo como un angelito…
El pediatra procedió a pesar al bebé. Me miró a los ojos con una cálida sonrisa que me pareció muy compasiva. En aquél momento supuse que me daría unas palabras de consuelo y me diría que lo estaba haciendo bien, que continuara con mi crianza y pronto todo pasaría.
Eso junto con algún truco de magia que ayudaría a mi bebé a descansar más de una hora corrida en las noches. Pero hoy, a sabiendas de la historia, creo que mientras me miraba estaba pensando algo como “pobre mujer, cómo le digo esto sin que la pena y la culpa le hunda”.
Y tras pesar al bebé, se dirigió a mí con delicadeza, como tratando de escoger sus palabras, y me dijo: “Mamá yo sé que tu intención es lactar a tiempo completo y eso es importante para ti. Sin embargo lo más importante, es que mamá consiga descansar para que pueda atender al bebé y a sus dos hermanitas como necesitan, ¿qué tal si pruebas el añadir fórmula a la lactancia?”
En ese momento mi indignación con su sugerencia me hizo sacar la mamá loba que todas llevamos dentro y defenderme: “¿Doctor, porque habría yo de hacer eso? De la misma forma que lacté a mis hijas, quiero seguir lactando a mi bebé exclusivamente.” Le dije.
El doctor ahora con menos paciencia y más honestidad me respondió firmemente: porque el bebé no ha cogido peso en una semana. Lo que significa que llora toda la noche porque tienen hambre y duerme todo el día por el cansancio. Puede ser que no estés produciendo la cantidad de leche que él necesita.”
“¿Qué? ¿Cómo va a ser, doctor?”
Pobre bebé y pobre de mí… Es entonces cuando me vine abajo. Me culpaba una y otra vez.
¿Qué rayos te pasa con tu instinto maternal Jessica? ¿Qué clase de madre eres que tu hijo se moría de hambre y tú sin darte cuenta?
Mi mente repasaba los escenarios más horribles del daño que le pude haber causado a mi bebé por mi incapacidad de producir suficiente leche y de no notar que no lo estaba alimentando como debía.
Me tomó meses recuperarme.
Pero, ¿eso no es lo que nos pasa a todas una vez somos madres? Nos culpamos por no hacer lo que entendimos que debimos hacer o andamos arrepentidas por algo que hicimos.
Es por eso que debemos hablar sobre este tema: La fuerte culpa que cargamos a nuestras espaldas las mamás.
- Te sientes culpable si no puedes lactar.
- Te sientes culpable si trabajas mucho y no has pasado tanto tiempo como quisieras con tus hijos.
- Te sientes culpable porque les diste pizza otra vez.
- Te sientes culpable si ven mucho electrónicos y también si se los limitas.
- Te sientes culpables si los reprendes.
- Te sientes culpable si no les compras lo que ellos quieren.
- Te sientes culpable si….
La lista es interminable.
Hay culpas positivas. Esas que nos llevan a reflexionar y a dar nuestro mejor esfuerzo para no volver a realizar una conducta indeseada.
Pero el “mamis guilt” es una culpa destructiva y drenante, que lejos de ayudarnos a reflexionar, nos paraliza, nos lleva a martirizarnos y afecta nuestra calidad de vida y de interacción con nuestros hijos.
Por eso, aquí te dejo con las herramientas que utilizo para combatir el “mamis guilt”.
1- Reconoce y acepta tu sentimiento de culpa. Observa qué ha sido lo que lo ha provocado. Pasa inmediatamente a aceptar lo que sientes. Las emociones que tenemos la valentía de enfrentar, cuestionar y observar siguen su curso sin hacer metástasis en sentimientos negativos. Permítete sentir esa culpa, exprésala compartiendo lo sucedido con alguien que pueda entenderte. Comunícala como necesites y una vez hayas vivido esa emoción, déjala ir.
2- Ten empatía con otras mujeres. La capacidad de no juzgar a otras madres en sus decisiones, es un espejo de qué tanta compasión y empatía tienes contigo misma. Escoge siempre comprender y comprenderte. Cada una de nosotras hacemos lo mejor que podemos, según nuestros aprendizajes, experiencias y circunstancias de vida. Unidas, podremos aprender las unas de las otras pese a que nuestro estilo de crianza sea distinto, pero sobre todo juntas podemos darnos apoyo cuando más lo necesitemos.
3- Elimina desde ya la meta de ser una madre perfecta. Sabemos que la perfección no existe, pero se nos olvida cuando se trata de querer serlo para nuestros hijos. Los amamos tanto que queremos darles siempre lo mejor, aunque en ocasiones, lo mejor es que fallemos. Debemos tener humildad para acercarnos a ellos y contarles que sí, que mamá también se puede equivocar o no hacer las cosas bien, pero que estamos dispuestas a pedir disculpas, aprender de los errores y volver a intentarlo. Ese ejemplo es mucho más constructivo que el de una madre atormentada, que se compara con otras o mide su valía con ideales inalcanzables.
4- Reconoce todas las cosas que haces bien. Es importante que comiences a valorar todo lo que haces bien y te darás cuenta de que tu amor y dedicación hacia tus hijos, es muchísimo mayor que tus errores. Te invito a hacer repaso de aquellos momentos en los que tus hijos son hijos resilientes, sanos, educados, felices y sonrientes. Seguro que en la mayoría de los casos son debidos a tu labor como madre.
5- Encuentra tu estilo de mamá. Al igual que no todas las personas somos iguales, no todas las formas de llevar la maternidad son idénticas. Tú mejor que nadie sabes lo que tus hijos necesitan, se trata de poder ser coherente entre lo que ellos esperan de ti y lo que tú puedes darles. Busca ese equilibrio en el que tú como mujer, te sientas bien y a la vez disfrutes de esa entrega de cuidar de tus hijos.
6- Cuida de ti y de tu bienestar. Todos los niños merecen tener mamás felices, capaces de cuidar de sí mismas para así poder cuidar de otros. Así que intenta siempre abrir en tu agenda tiempo para ti, para hacer cosas que te reporten bienestar, que te ayuden a sentirte bien y llenen de positivismo tus días. Cuidarte, hará que estés de mejor humor con los niños y seas capaz de afrontar con buena actitud los pequeños grandes retos que nos regala la maternidad.
Espero que estas recomendaciones te ayuden a ir soltando el peso de la culpa que tanto daño nos hace y por ende les hace a nuestras familias.
No existe una mejor mamá para tus hijos que tú, escucha tu instinto, da tu mejor esfuerzo, perdona tus errores y disfruta la caótica bendición de la maternidad.
Gracias por leerme. ¡Hasta pronto!